27 may 2009

El desierto y el soplo Divino


Érase una vez un mundo precioso, creado por Dios, donde moraban muchas razas de hombres. El Señor, que había estado con ellos desde que los creó, decidió que era tiempo de visitar otros lugares del Universo. Eligió a los mejores seres humanos de aquel mundo y les dijo lo siguiente:
-Hijos míos, os voy a dejar por un tiempo. Todo lo que hay en este mundo es vuestro. Lleno está de vegetación, de ríos caudalosos y de campos que producen toda clase de alimento para cubrir vuestras necesidades. Sólo tened en cuenta una cosa: cada vez que permitáis que pase un día en el que no os perdonéis unos a otros vuestras ofensas, un grano de arena caerá sobre vuestro mundo.
El Señor partió a su viaje. Visitó el resto de su creación. Cuando volvió con los hombres, se encontró con un mundo desértico, abandonado y muerto. Sólo pequeños oasis, dispersos y lejanos unos de otros, alteraban la uniformidad del paisaje. El Señor lloró de tristeza, pero en su infinita misericordia, sopló sobre las arenas que cubrían aquel mundo y todo volvió a ser como al principio. No sólo eso; volviéndose hacia los hombres les hizo una promesa:
-Os doy mi Espíritu Santo. Cada vez que sintáis odio y rencor hacia vuestros hermanos, pedidle que sople en vuestras almas el viento del perdón. De esa forma, vuestras fuentes nunca más serán anegadas por la arena y vuestros hijos podrán disfrutar del paraíso que he vuelto a crear para vosotros.

¡¡Oh Señor, que tu soplo divino limpie nuestros corazones de los granos de arena que hemos acumulado a lo largo de nuestras vidas!! ¡¡Que tu perdón sea nuestro perdón hacia los demás!!

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