16 mar 2008

Domingo de Ramos

Pasarán los hombres y las civilizaciones,
pero mis palabras no pasarán.

Jesús de Nazareth


Y Sus palabras no han pasado. Hoy domingo de Ramos; esta semana, la Pascua del mundo cristiano, el Festival de la Luna Llena de Aries para la Nueva Religión Mundial ; el próximo domingo, día de resurrección; todos los domingos, cada semana, todos los días, son Sus días, porque Él es en verdad, el Camino y la Vida.

Ramos, palmas, alabanzas. Honores, fama, triunfo.
Su gloria, no duró una semana… Su Gloria, es eterna.

Meditemos todos sobre la gloria y la Gloria. No todo el que alcanza la fama ha aportado algo realmente significativo para la humanidad. No todo el que aporta algo realmente significativo, alcanza la fama. No todo el que aclama a alguien, le ve realmente. Los que ven realmente, no siempre aclaman. No toda fama es una ofrenda, ni el producto del servicio a la verdad, o a la vida.

Preguntémonos, si Él pasara hoy ante nosotros ¿Le reconoceríamos?
Si Le reconociéramos ¿Le seguiríamos?

Le reconocerían quienes viven sus vidas en Su presencia, hoy, ahora. Vivir en Su presencia es diferente de decir vivir en Su presencia. “Deja que los muertos entierren a los muertos” dijo a uno de sus discípulos. Viven en Su presencia quienes no están muertos. No están muertos quienes han logrado ir más allá de sus pequeños intereses, sus comodidades, su egoísmo. No están muertos quienes aceptan morir y renacer en un proceso de constante transformación y renovación: vivir.

Vivir en Su presencia, requiere valor, honestidad, paz y amor. Valor para ser fiel al alma aunque suponga sobreponerse a las resistencias propias y las ajenas; valor para defender la verdad, aunque suponga sublevar a las sombras; para elegir lo justo aunque no coincida con lo fácil, ni lo cómodo. Honestidad para emplear la inteligencia al servicio del Bien mayor en un continuo desafío en el que tanto la inteligencia como el bien se redefinen al expandirse. Honestidad para viajar tan lejos y tan hondo en dirección al corazón, que el autoconocimiento se transforma en la mayor herramienta de servicio, pues la profundidad es sinónimo de unidad. Paz para poder luchar en todas las guerras sin luchar ni un segundo por nada egoista. Amor para ser dignos de seguirLe, pues sólo “quienes aman al prójimo como a sí mismos”, son Sus discípulos.

Vivirán en Su presencia quienes cultiven el valor, la honestidad, la paz y el amor; cultivarlas es elegirlas. Elegirlas llena de fuego, luz y fuerza la vida, pues en ellas dejamos de caminar aislados y nacemos a la hermandad. En ellas sentimos que somos parte de Su iglesia; sentimos que sembrar de luz la vida está a nuestro alcance, y sabiéndonos valiosos, necesarios a la creación, nuestra vida se llena de sentido.
La paz y el amor son contagiosos. Como una onda, ese creciente reconocimiento del Camino y la Vida que Él nos legó, está encendiendo de humanidad la tierra toda, al punto de que un cambio colosal puede ocurrir a una velocidad imprevisible.
Dicen Sus más elevados discípulos que El volverá. Su vuelta requiere de nosotros. Ese cambio requiere de nosotros. Cada gesto de genuino perdón, cada amanecer contemplado con gratitud, toda lágrima de devoción, cada triunfo del bien, todo movimiento de genuina compasión, preparan el camino para Sus pies.

Estamos próximos a la celebración de Su resurrección, resurrección es cada puente tendido desde nuestro estado actual de consciencia a un estado superior, cada nueva integración, cada expansión en nosotros de la verdad o el amor. Trabajemos en nuestro carácter para que sea el cáliz donde alumbre Su fuego y así cuando regrese no habrá distinción entre la gloria y la Gloria, pues no habrá ciegos.

Por Isabella Di Carlo – www.davida-red.org






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