8 ago 2008

Honrar tu cicatriz

Ninguna medalla, ningún título, ningún posgrado, vale tanto. Es digna de honra. ¿Qué? Tu cicatriz. Allí: en el centro del pecho. Las mejores personas que hayas conocido, seguro que la tienen. La que obra con dignidad, la que es capaz de compasión, la que ejerce una sabiduría que no está en los libros... En algún momento la vida patea las puertas del pecho, lo allana, lo requisa, lo saquea... Y hay quien se queda así: tapia el pecho, lo sella con múltiples cerrojos, y va dejando que se le vuelva un sótano húmedo, lleno de cosas viejas. Pero hay quien, a pecho abierto, decide aprovechar la circunstancia para volverse... más completo, y más humano. Toma aguja e hilo y, pacientemente, con la ayuda del tiempo, va juntando sus pedazos, y borda en su pecho la más honrosa cicatriz.

Pero cuidado: cuando uno está recién devastado, puede confundirse, al escuchar las seductoras voces de la oscuridad: "Esto es para siempre...", "Nunca más se cerrará...", "Nadie nunca ha sufrido tanto...", "Te lo tienes merecido, pues hiciste todo mal".... Por favor, si es así... NO LES CREAS, aunque te lo sigan diciendo. Son como los monstruos de utilería del Tren Fantasma, que espantan con sus máscaras en los parques de diversiones... Tu situación es otra: es como si fueras por la ruta de noche, y atravesaras un largo túnel subterráneo en el cual se ha cortado la luz; y te da miedo: parece que nunca va a terminar; sin embargo, ningún túnel es infinito, aunque te parezca que estás tardando demasiado en salir. Hay afuera. Hay horizonte. Pero es natural que no lo veas mientras estás mirando hacia adentro para suturar tu herida. Si es posible, estate cerca de quienes te lo recuerden: otros que ya hayan curado su propia cicatriz.

Y el tiempo pasa. Y si uno está dispuesto a no juntar moho, a no convertirse en un sótano viviente, la luz del sol penetra, cierra los tejidos de un modo insospechado. Hipócrates decía que el cuerpo tiene una naturaleza medicatriz: una inteligencia que hace que sus lastimaduras se auto-reparen. Y si el cuerpo está provisto de esa inteligencia, ¿cómo no va a estarlo lo invisible que lo anima? Aunque no sepamos cómo hacerlo, nuestro Inconsciente sí: él tiene ese don auto-reparatorio, y trabaja día y noche para que volvamos a pararnos sobre nuestros propios pies. Sólo hay que ayudarlo: confiar en el proceso, no encerrarse, no aislarse, no creerle a las voces de la oscuridad... Y a medida que se va saliendo del túnel, aprender a honrar la herida. A convertirla en parte de tu más preciado patrimonio: la ventana hacia una visión de la realidad más sensible, más madura... más sabia. Escuchemos juntos al poeta boliviano contemporáneo Alfonso Gumucio Dagrón, que lo dijo así:


He cambiado de piel tres veces.
Me ha costado darle la vuelta al mundo
para llegar al punto de partida.
Mis piernas me sostienen mejor.
Tengo una cicatriz en el pecho;
más bien una costura, un bolsillo roto:
acceso directo al corazón.


Estoy de regreso de mí mismo.
Noches enteras buscando una estrella fugaz
que me conceda un deseo...
nada extravagante:
tan sólo la habilidad de reconocer
la verdad de la mentira.

Es otoño aún y los días son largos.
La luz se recuesta cálida sobre la montaña.
Quiero decir que el horizonte se distingue.
¿El horizonte es una línea firme?
¿Es una pintura mural que cambia cada día
movida por tempestades de color?
¿Hay un atajo para llegar al horizonte?


Quizás sirva de algo haber adquirido
una cicatriz en el pecho,
una costura de piel y nervio:
una entrada directa al corazón.

Virginia Gawel & Eduardo Sosa ã, Directores del Centro Transpersonal de Buenosa Aires, http://pensamientosensible.blogspot.com/

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